Publicado en: América, El maíz mexicano en manos de las transnacionales, Medio Ambiente, México, Movimientos sociales, Pueblos indígenas, Series
– 18 febrero, 2013
Por Nylva Hiruelas*.
El campo mexicano se traslada a
la ciudad para protestar contra la posible aprobación por el Ejecutivo
priísta de Enrique Peña Nieto de las solicitudes de las empresas
biotecnológicas Monsanto y Pioneer Hi-Bred para sembrar maíz transgénico
a escala comercial.
La Universidad Nacional Autónoma de
México acogió el pasado jueves, 7 de febrero, un debate público sobre el
maíz modificado genéticamente al que se negaron a asistir las
autoridades. Campesinos de la Unión Nacional de Organizaciones
Regionales Campesinas y Autónomas (UNORCA) realizaron durante la última
semana de enero un ayuno colectivo y marcharon por la ciudad de México
al grito de: “¡No al maíz transgénico! ¡Fuera Monsanto!”
La posible aprobación del maíz a escala
comercial culminaría un proceso que comenzó en 2009 cuando el Ejecutivo
panista de Felipe Calderón puso fin a la moratoria de la siembra de este
grano genéticamente modificado. No obstante, la aprobación de esta
decisión constituiría el golpe definitivo a una situación que ya era
crítica para la pequeña y mediana agricultura como consecuencia de un
modelo agroalimentario que tomó definitivamente el rumbo neoliberal con
la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en
1993.
El maíz en la cultura mesoamericana no
solo es una mazorca con granos, ni siquiera es tan solo un alimento, es
una cosmovisión: del maíz nacimos los humanos según el libro sagrado de
los mayas, Popol Vuh. Son 10.000 años de historia.
“Nuestros maíces nativos son propiedad
de los obtentores, que son 330 generaciones de pobladores de Mesoamérica
que comenzaron con el teocintle [abuelo del maíz] hasta llegar
al maíz moderno”, relata Antonio Turrent, investigador nacional emérito y
presidente de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad
(UCCS).
La siembra de maíz transgénico en México
es propuesta por sus promotores como la solución al déficit de maíz que
México debe importar cada año -unos 10 millones de toneladas- y para
aumentar la productividad. El país ha pasado de ser exportador neto de
maíz a ser dependiente del grano estadounidense. “¿Podrán los hijos del
maíz, los que hacen el maíz que los hizo, resistir la embestida de la
industria química, que en el mundo impone su venenosa dictadura?”, se
cuestionaba el escritor Eduardo Galeano.
Las multinacionales estadounidenses
Monsanto y Pioneer Hi-Bred -subsidiaria de Du Pont-, tras realizar
siembras piloto y experimentales de maíz modificado genéticamente en el
norte del país, esperan la autorización para la solicitud que
presentaron en septiembre del año pasado para sembrar maíz transgénico a
escala comercial sobre más de dos millones de hectáreas en los estados
norteños de Sinaloa y Tamaulipas. “Sería una tragedia nacional”,
lamenta Antonio Turrent. Pero lo que disparó todavía más la alarma
entre los científicos fue que más de la mitad de estos terrenos serían
sembrados con el gen MON 603 por sus efectos sobre la salud. La decisión
que parecía que iba a tomarse durante el mandato panista de Felipe
Calderón (2006-2012) se ha postergado hasta la actualidad heredándola el
nuevo mandatario priísta del país, Enrique Peña Nieto.
Patentado de semillas, exclusión de campesinos
La siembra de un cultivo transgénico
genera mucha controversia, pero en México se dan varias particularidades
que encienden más la mecha de la polémica. En primer lugar, este país
es centro de origen y diversidad del maíz. En México existen unas 60
especies de maíz y miles de variedades que están adaptadas a las
difíciles condiciones de producción pues, como comenta el especialista
Turrent, de las 8 millones de hectáreas de maíz que se siembran, 5
millones no son tierras aptas para la agricultura industrial, donde el
“único maíz que prospera son las razas nativas”, a lo que añade: “hay
millones de familias campesinas que dependen de sus razas nativas de
este grano para su seguridad alimentaria”.
Miguel Ángel Damián, investigador del
Departamento de Agroecología de la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla (BUAP), considera que uno de los principales objetivos que se
esconden tras estas solicitudes de las corporaciones es “la
contaminación de los maíces nativos”. Antonio Turrent explica que de ser
así, “en un futuro no muy lejano cada semilla de maíz contaminada será
propiedad de la industria, por lo que el usuario tendrá que pagarles
regalías a la industria. Les conviene que se avance lo más pronto
posible”.
A pesar de que Monsanto asegura en su página web
que el maíz transgénico no amenazará a las variedades mexicanas del
cultivo, estas declaraciones no convencen a los expertos quienes
aseguran que la contaminación será inevitable. “Los transgenes provocan
una erosión genética, convierten todos los campos en transgénicos, son
un cultivo imperialista que no permite que existan otros a su
alrededor”, explica Ana de Ita, directora del Centro de Estudios para el
Cambio en el Campo Mexicano (Ceccam).
Esta contaminación se producirá, según los expertos, porque es un
cultivo de polinización cruzada, es decir, una planta fecunda a la otra a
través del polen, pero también porque los campesinos intercambian su
semilla como método para dotarle de un mayor vigor al maíz.
A diferencia de otros países en los que
el productor vende su grano y vuelve a comprar al año siguiente toda su
semilla, “los campesinos mexicanos si encuentran una planta de maíz que
ellos piensan que tiene un rasgo que les gustaría que tuviera su maíz,
toman la mazorca sin pedirle permiso a nadie, y se la lleva de regreso a
su comunidad para sembrarlas con los maíces de su parcela y cruzarlas”.
Estas explicaciones desmontan el argumento de Monsanto
de que no existirá contaminación de maíz nativo con transgenes salvo en
las zonas donde allí se cultive y, por lo tanto, desmiente que aquellos
que los cultiven será porque han firmado un convenio con la
corporación, por el cual se comprometen a que “no guardarán ni volverán a
sembrar las semillas que van a producir las plantas que están
cultivando. Ellos comprenden la simplicidad básica del convenio que
consiste en que a un negocio se le debe de remunerar por los productos
que éste genere”.
Y a pesar de que esta multinacional
afirme que en el caso de producirse alguna violación de sus normas
tiene la posibilidad de “dirimir la mayoría de estos casos sin ir a los
tribunales”. Greenpeace demuestra en el informe Cultivos transgénicos: cero ganancias
que hasta 2007 los montos concedidos a esta empresa por 57 juicios
contra agricultores estadounidenses sumaron 21.583.431.99 dólares.
“En este caso, las víctimas se vuelven
los criminales. Estas empresas pueden entablar juicios en contra de los
campesinos, cuando debería ser al revés porque la herencia de sus
antepasados está siendo contaminada y apropiada ilegalmente por una
empresa que llega y le pone sus transgenes”, explica con indignación Ana
de Ita. Además, como documentan organizaciones como ETC Group o Vía
Campesina -en su informe Lucha contra Monsanto-,
agricultores de la India que sembraban algodón transgénico
perteneciente a Monsanto se han suicidado como consecuencia del
endeudamiento. Esta empresa, por su parte, niega esta información y
afirma que este “trágico fenómeno” comenzó antes de la introducción de su variedad de algodón.
Colonización a través de un gen
La siembra de transgénicos a escala
comercial también tiene un impacto cultural muy profundo. “Constituye un
pensamiento colonialista que no nos preocupemos porque desaparezcan las
razas nativas, pues se iría por el drenaje la cultura mexicana”,
reflexiona Antonio Turrent.
“Para los campesinos indígenas el que su
maíz se contamine con transgenes es una afrenta cultural muy
importante, porque para ellos el maíz es la herencia de sus antepasados,
es como una forma de colonización a través de un gen con propiedad
privada”, explica Ana de Ita.
Por su parte, añade Álvaro Salgado,
experto en Desarrollo Rural e integrante del Centro Nacional de Ayuda a
las Misiones Indígenas (Cenami):
“los pueblos indígenas basan en el maíz su sistema político, social y
cultural. La comunidad que tiene maíz es una comunidad que puede
autogobernarse, tener una relación de más fuerza ante amenazas de
políticas públicas o proyectos privados. Si se daña el maíz nativo
habrán dado un golpe que no han podido dar en 500 años”.
La salud en peligro
Los efectos para la salud que podría
tener el consumo de transgenes también preocupan a los expertos.
Gilles-Eric Séralini, docente de biología molecular en la Universidad de
Caen en Francia, alimentó durante dos años a ratas con la variedad MON o
NK 603 -a diferencia de los estudios estándar realizados que duran 90
días-, demostrando que “el maíz transgénico no es inocuo para la salud y
que el daño es de tipo crónico-subclínico [no manifiesta síntomas]”,
sentencia Antonio Turrent. “Se detectó que padecían las hembras tumores
mamarios, también se registraron tumores en el hígado y en otros órganos
internos y en algunos casos una muerte prematura”, explica Alejandro Espinosa, coordinador del programa de Agricultura y Alimentación de la UCCS.
Pero la importancia de este estudio para
los mexicanos reside en que es uno de los pueblos que consume maíz en
más altas cantidades. Con un promedio de 120 kilogramos de tortilla de
maíz por persona y año, constituye el alimento básico porque aporta más
de la mitad de las calorías y más de la tercera parte de las proteínas
que necesitan los mexicanos, como afirma Ana de Ita. Pero además, el
maíz se consume de manera directa a diferencia de otros países donde es
empleado como forraje, es decir, como alimento para cerdos, aves… “Por
eso es que el experimento de Séralini es mucho más significativo para
nosotros. En el caso de Europa hay un filtro biológico para las toxinas
que pudiera haber en el maíz transgénico en el hígado, en los riñones de
los animales que lo consumen. En cambio, nosotros los consumimos
directamente”, alerta el especialista Turrent.
No obstante, las conclusiones que arrojó
el estudio de Séralini fueron deslegitimadas por la Comunidad de la
Unión Europea en Evaluación de Riesgo por presentar “graves
inconsistencias en el diseño y en la metodología, lo que significa que
no se ajusta a normas científicas aceptables”, según informaba en un comunicado esta entidad. “La industria ha logrado en su campaña buscar desprestigiar a este trabajo”, comentaba Turrent.
*Nylva Hiruelas es estudiante de postgrado del
título Especialista en Información Internacional y Países del Sur de la
Universidad Complutense de Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario